Dieta Antiinflamatoria en Verano: Mucho Más que una Tendencia

Dieta Antiinflamatoria en Verano: Mucho Más que una Tendencia
 

La palabra “inflamación” ha invadido conversaciones, titulares y etiquetas de productos wellness en los últimos años. Pero más allá del fenómeno mediático, entender qué significa realmente estar inflamado —y qué papel juega la dieta en ello— es clave para nuestra salud, especialmente en verano. El Dr. Leo Cerrud, especialista en nutrición, desmonta mitos y propone una visión realista, accesible y eficaz de la alimentación antiinflamatoria estacional.

¿Inflamación o hinchazón?

Es crucial comenzar por distinguir conceptos. Estar inflamado no es sinónimo de estar hinchado ni de tener unos kilos de más. La inflamación es una respuesta natural del cuerpo ante una amenaza: una herida, una infección o un desequilibrio interno. En condiciones normales, este mecanismo es protector y transitorio. Pero cuando se cronifica, se convierte en un enemigo silencioso que puede desembocar en enfermedades como la diabetes tipo 2, obesidad, patologías cardiovasculares o envejecimiento acelerado.

Y aunque podría parecer que el verano, con sus excesos, vacaciones y cambios de rutina, complica cualquier intento de seguir una alimentación saludable, la realidad es que puede convertirse en el mejor momento para empezar una dieta antiinflamatoria.

Verano, el aliado inesperado

En la estación más calurosa del año, el cuerpo pide alimentos más frescos, ligeros y naturales. Las frutas de temporada abundan, los vegetales están en su punto óptimo, y los platos crudos o poco procesados resultan más apetecibles. Esto hace que, paradójicamente, adoptar una alimentación antiinflamatoria resulte más sencillo en verano que en cualquier otro momento del año.

Según el Dr. Cerrud, no se trata de seguir dietas milagrosas ni modas basadas en superalimentos exóticos. Tampoco es necesario recurrir a suplementos caros o poco accesibles. La clave está en regresar a lo esencial: una alimentación basada en productos frescos, naturales y mínimamente procesados, rica en vegetales, grasas saludables y cereales integrales.

Qué sí (y qué no) en una dieta antiinflamatoria

Alimentos recomendados:

  • Especias con superpoderes: cúrcuma, jengibre, canela, pimienta negra, clavo o azafrán, con reconocidas propiedades antiinflamatorias.

  • Vegetales de hoja verde: rúcula, escarola, canónigos, lechuga… cuanto más variados y de temporada, mejor.

  • Frutas frescas (mejor si son locales y sin procesar), frutos secos, ajo y cebolla crudos.

  • Grasas saludables: aguacate, aceite de oliva virgen extra, nueces y pescado azul (especialmente el de menor tamaño como sardinas, arenques o truchas, por su menor contenido en mercurio).

  • Fermentados naturales: kéfir o yogur bífidus, para cuidar la microbiota intestinal.

  • Chocolate negro (mínimo 70% cacao), algas y té verde o matcha, por sus antioxidantes.

Alimentos a evitar:

  • Ultraprocesados, azúcares refinados, harinas blancas y grasas trans. Todo lo que dispare el cortisol —la hormona del estrés— contribuye a una inflamación de bajo grado mantenida en el tiempo.

Mucho más que comida: un estilo de vida

La dieta es solo una parte del rompecabezas. Dormir bien, hacer ejercicio con regularidad y gestionar el estrés son componentes fundamentales. “El cortisol es uno de los grandes disparadores de la inflamación”, recuerda el Dr. Cerrud. Por eso, integrar hábitos como la meditación, el descanso reparador o caminar al aire libre puede ser tan importante como un buen plato de verduras.

Un ejemplo práctico de menú antiinflamatorio

  • Desayuno: Bol de kéfir con arándanos, frutos secos y avena, acompañado de té verde.

  • Comida: Ensalada completa con proteína (huevo, carne blanca o pescado), fruta fresca y una onza de chocolate negro.

  • Merienda: Fruta, puñado de nueces o un helado casero a base de frutas y bebida vegetal.

  • Cena: Verduras asadas o crudas con guacamole o hummus casero y una ración de proteína ligera.

La dieta antiinflamatoria no es una moda pasajera ni un reto inalcanzable. Es una forma de reconectar con la alimentación natural, de escuchar lo que el cuerpo necesita y de prevenir enfermedades desde lo cotidiano. El verano, lejos de ser una excusa para descuidarnos, puede ser el escenario perfecto para empezar este camino de bienestar. Porque comer bien no es sacrificarse, es cuidarse con inteligencia.



Imagen. Polina Tankilevitch

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